Humala y el reciclaje de la oligarquía y el neoliberalismo
Concertación política e inclusión social son conceptos de moda por alguna razón. Se identifican con un quehacer político (democrático participativo) y un paradigma económico (soberano, complementario y de cara a las necesidades de las mayorías sociales) que son incompatibles con el sistema oligárquico y el modelo neoliberal. Pero no solo son conceptos abstractos; son pautas de acción irreversibles que acompañan la construcción de nuevos paradigmas de sociedad, estado y economía en América Latina.
En el imperativo de sobrevivir como modelos hegemónicos, los poderes decadentes, la oligarquía (en lo político) y el neoliberalismo (en lo económico), se apropian de categorías que corresponden a sus modelos alternativos. Si exclusivismo y elitismo del gobierno no corresponden a una sociedad plural de actores mayoritarios, si el egoísta y entreguista crecimiento económico arrastra consigo pobreza, desempleo, y una serie de déficit sociales, los poderes decadentes están solo en la capacidad de apropiarse del discurso de la “concertación política” y la “inclusión social”. La apropiación del discurso del contrario ha probado ser efectivo en el corto plazo para las fuerzas decadentes; de ese modo han continuado teniendo hegemonía por algún periodo más.
Creer que la oligarquía vaya a asumir las consecuencias ultimas de un sistema democrático inclusivo y que el neoliberalismo vaya a distribuir la riqueza con justicia social, es un absurdo pleno.
El ciudadano Humala, se ha inaugurado como el presidente que puede refundar el Nuevo Perú. Ha hecho suyo la ilusión de una nación pluralista, el sueño de los pobres que fueron tratados como ciudadanos de segunda categoría. Reafirma su discurso por el cambio pragmático: “gobierno de concertación nacional” y un “crecimiento con inclusión social”. Ya, desde ayer, con las decisiones para conformar su equipo gobernante, ha corroborado que no hay razón para temerle puesto que, bajo su mando, todo en sustancia continuara siendo lo mismo.
¿Concertación?
Si democracia es el aislado ejercicio de sufragar en las ánforas para elegir un presidente, cada 5 años, sin importar con quién gobierne y qué es lo que haga durante ese período, ¿vale la pena tener elecciones? ¿Tiene sentido una democracia donde la mayoría que gana no gobierna y la minoría perdedora designa los gobernantes? ¿No es pura oligarquía un gobierno que es exclusivo de las elites y que excluye a las mayorías?
El ciudadano Humala se coronó presidente del Perú gracias al voto de 7’937,704 peruanos. El 58.493% de éstos votaron por él en la primera vuelta y debieron haber hecho lo mismo en segunda vuelta. Esos 4’643,064 peruanos, lo conformaron sectores organizados de las regiones, trabajadores, nacionalidades, y pobladores de todo el territorio nacional. Esa mayoría votó por la promesa de Gran Transformación, por un Nuevo Perú, por una economía que crezca para todos y que sea libre de la demanda y precios de los productos primarios en el mercado mundial, por una economía que retenga las reservas en el país y que distribuya las ganancias entre los menos privilegiados; también votó por una administración estatal que atienda las regiones, fomente la participación, y gobierne con decencia ética.
Para capturar votos indecisos y tránsfugas en la segunda vuelta (3’294.640 contra los 4’041,052 que capturó Keyko Fujimori), Humala se posicionó en el centro político amoldando su programa original y adoptando un discurso en línea con el continuismo neoliberal. Eso, además, le permitió ganar la venia (ni siquiera los votos) de los ricos organizados, la Confiep, Adex, Asociación de Ganaderos Lecheros, Sociedad de Industrias, Cámaras de Comercio Regionales, y de algunos ideólogos notables como el del Escribidor Mario Vargas Llosa quien ni siquiera se dió la molestia de sufragar en segunda vuelta. Si algunos ricos votaron por Humala, han de conformar la minoría del grupo de indecisos que mudaron hacia el nacionalismo en segunda vuelta.
Era de esperar entonces que cualquier concertación razonable podría haber reflejado más o menos la estructura de apoyo electoral que permitió a Humala entrar al gobierno. Era de esperar, sin oportunismos, que las regiones y los trabajadores organizados del campo y la ciudad, las nacionalidades y pobladores organizados, pudieran haber estado representados en la composición del gobierno, al menos, en igualdad de condiciones que la minoría de la minoría, los ricos del Perú.
Pero, que el activista político empresarial, el judío-peruano Salomón Lerner Ghitis, principal financista de la campaña de Humala, haya sido retribuido con el poderoso cargo de premier; que el empresario y ex presidente de ADEX, José Luis Silva, haya sido designado ministro de Comercio Exterior y Turismo; que el empresario presidente de la Asociación de Ganaderos Lecheros del Perú, Miguel Caillaux, haya sido nombrado Ministro de Agricultura; que el tecnócrata ideólogo del neoliberalismo monetario, Julio Velarde Flores, haya sido reconfirmado como Presidente del Banco Central de Reserva; que el tecnócrata ideólogo neoliberal, Miguel Castilla Rubio, haya sido nominado administrador de la caja fiscal como Ministro de Economía y Finanzas; que todos ellos ocupen resortes claves de la vida nacional (reservas monetarias, presupuesto y gasto público, comercio exterior, agricultura, pesca), confirma que bajo el nacionalismo seguiremos teniendo un patrón de gobierno oligárquico, donde gobierne la minoría que detenta el poder económico y que perdió en las ánforas, mientras la mayoría, la que sufragó y eligió al nuevo presidente, seguirá siendo excluida de la toma de decisiones y del ejercicio mismo de gobernar.
¿Inclusión?
Pero también seguiremos bajo el mismo patrón económico, el neoliberal, el que excluye a las mayorías de los beneficios del crecimiento, por decir lo menos.
Los ideólogos de aquel “exitoso” modelo, los que administraron los resortes claves de la economía (el monetario y el fiscal) durante la administración del ex presidente García, continúan en sus puestos: Julio Velarde Flores como presidente del BCRP, y Miguel Castilla Rubio como Ministro de Economía.
Inclusión social para la administración significa “mejor distribución de la riqueza”, y ésto pasa por la aplicación de programas como Pensión 65, Cuna Mas, Beca 18, salario mínimo de 750 soles, reducción del gas domestico, ampliación de Juntos, etc. Dijo el candidato Humala que los financiaría promoviendo una reforma tributaria que incluya la imposición de impuestos a las sobre-ganancias mineras.
El gabinete de concertación nacional de Humala, decidido por el empresario judío-peruano Salomón Lerner Ghitis, es el anuncio del fracaso de una inclusión con justicia social. Con ministros -como el de economía y agricultura- que creen en que subir impuestos a los empresarios “es quitarle dinero para que los use el Estado [cuando] está demostrado que éste es un pésimo administrador de recursos”; con un Banco Central de Reservas que deposita el 98.5% de los $47’535,000.00 dólares de nuestras reservas internacionales al 19 de Julio del 2011, en bancos y el Tesoro norteamericanos, recibiendo apenas el 1% de interés, mientras paga una deuda externa de $33’290,000.00 dólares a más del 10% de interés anual; con ese tipo de administradores Humala encontrara los limites para financiar su ‘inclusión social’.
Al pan pan, al vino vino.
En la época actual, presidentes y gobiernos que arremedan la noble tarea de la política como servicio público, debieran ser revocados y penalizados. Basten ya de sentarse en las sillas de oficio, olvidarse de sus promesas, rodearse de clientes, firmar decretos a conveniencia, engordar con plata llegando sola, ver lo que quieren ver haciéndose de la vista gorda sobre lo que no quieren que se vea, y de largarse entre inauguraciones fantasmagóricas diciendo “para que en el futuro me recuerden”.
Se equivocó ya el presidente Humala si, de buena o mala fe, creyó que podría ser un presidente diferente haciendo lo mismo que sus antecesores. Claro que se puede hacer lo mismo diciendo lo contrario; eso se llama demagogia, traición a las mayorías que lo eligieron. Eso ya comenzó a suceder de manera menos espectacular que en la anterior administración. Tres mujeres independientes en su gabinete no hacen la diferencia ni definen la concertación nacional o la inclusión social que demanda el Nuevo Perú; o son decoraciones o son la limosna de una oligarquía triunfante.
¿Donde está representado el Perú profundo, el Perú de los Amazónicos, de los Aimaras, de los ronderos campesinos, de los trabajadores, de los maestros, de los estudiantes, de las regiones? Con un gabinete de concertación donde los ricos organizados controlan los resortes de la economía nacional ¿qué distribución con justicia social podría esperarse? Todo parece indicar que la verdadera concertación nacional-democrática y la inclusión con justicia social tendrá que ser demandada y peleada por los propios excluidos, las mayorías peruanas, nacionales y populares, en el quinquenio viniente, fuera del escenario oficial.
Si el presidente Humala ha sido el llamado para reciclar a la oligarquía y el neoliberalismo, dándole un rostro democrático y humano –como esperan los Vargas Llosa, padre e hijo-, debe tener la certeza de que la historia se mueve gracias a esa la lucha entre las clases sociales y no merced al capricho o inocencia de los caudillos. El término de su periodo, mostrará el fracaso de su intento de comulgar al diablo con dios, a la oligarquía con la inclusión política y al neoliberalismo con la justicia social. Al mismo tiempo mostrará que el fantasma del socialismo del que premeditadamente se deshizo al inicio de su campaña, habrá madurado y adoptado un perfil cotidiano en el pueblo trabajador y las regiones organizadas. A ese tiempo, también el margen de sobrevivencia de los poderes decadentes con los que Humala ha concertado y a quienes ha entregado su gobierno, se habrá reducido.
No es extremismo anticipar la frustración de la mayoría electoral que apostó por la verdadera transformación del Perú, y el fracaso del nuevo caudillo, Humala. Ya el primer socialista del mundo, Jesús de Nazaret, había advertido en palabras simples: es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico al reino de los cielos.
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