Acta de Independencia de Venezuela - 5 de Julio de 1811
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REALIDAD
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Por DAVID UGARTE
Acta de Independencia de Venezuela
5 de Julio de 1811
"En
el nombre de Dios Todopoderoso, nosotros, los representantes de las provincias
Unidas de Caracas, Cumaná, Barinas, Margarita, Barcelona, Mérida y Trujillo,
que forman la Confederación Americana de Venezuela en el continente meridional,
reunidos en Congreso, y considerando la plena y absoluta posesión de nuestros
derechos, que recobramos justa y legítimamente desde el 19 de Abril de
1810, es consecuencia de la jornada de Bayona y la ocupación del trono
sin nuestro consentimiento, queremos, antes de usar de los derechos de
que nos tuvo privados las fuerzas, por más de tres siglos, y nos ha restituido
el orden político de los acontecimientos humanos, patentizar al universo
las razones que han emanado de estos mismos acontecimientos y autorizan
el libre uso que vamos a hacer de nuestra soberanía.
No
queremos, sin embargo, empezar alegando los derechos que tiene todo país
conquistado, para recuperar su estado de propiedad e independencia; olvidamos
generosamente la larga serie de males, agravios y privaciones que el derecho
funesto de conquista ha causado indistintamente a todos los descendientes
de los descubridores, conquistadores y pobladores de estos países, hechos
de peor condición, por la misma razón que debía favorecerlos; y corriendo
un velo sobre los trescientos años de dominación española en América,
sólo presentaremos los hechos auténticos y notorios que han debido desprender
y han desprendido de derecho a un mundo de otro, en el trastorno, desorden
y conquista que tiene ya disuelta la nación española.
Este
desorden ha aumentado los males de la América, inutilizándole los recursos
y reclamaciones, y autorizando la impunidad de los gobernantes de España
para insultar y oprimir esta parte de la nación, dejándola sin el amparo
y garantía de las leyes.
Es
contrario al orden, imposible al gobierno de España, y funesto a la América,
el que, teniendo ésta un territorio infinitamente más extenso, y una población
incomparablemente más numerosa, dependa y esté sujeta a un ángulo peninsular
del continente europeo.
Las
sesiones y abdicaciones de Bayona, las jornadas del Escorial y de Aranjuez,
y las órdenes del lugarteniente Duque de Berg, a la América, debieron
poner en uso de los derechos que hasta entonces habían sacrificado los
americanos a la unidad e integridad de la nación española.
Venezuela,
antes que nadie, reconoció y conservó generosamente esta integridad para
no abandonar la causa de sus hermanos, mientras tuvo la menor apariencia
de salvación.
América
volvió a existir de nuevo, desde que pudo y debió tomar a cargo su suerte
y conservación; como España pudo conocer, o no, los derechos de un Rey
que había apreciado más su existencia que la dignidad de la nación que
gobernaba.
Cuántos
Borbones concurrieron a las inválidas estipulaciones de Bayona, abandonando
el territorio español, contra la voluntad de los pueblos, faltaron, despreciaron
y hollaron el deber sagrado que contrajeron con los españoles de ambos
mundos, cuando, con su sangre y sus tesoros, los colocaron en el trono
a despechos de la Casa de Austria; por esta conducta quedaron inhábiles
e incapaces de gobernar a un pueblo libre, a quien entregaron como un
rebaño de esclavos.
Los
intrusos gobiernos que se abrogaron la representación nacional aprovecharon
pérfidamente las disposiciones que la buena fe, la distancia, la opresión
y la ignorancia daban a los americanos contra la nueva dinastía que se
introdujo en España por la fuerza; y contra sus mismos principios, sostuvieron
entre nosotros la ilusión a favor de Fernando, para devorarnos y vejarnos
impunemente cuando más nos prometía la libertad, la igualdad y la fraternidad,
en discursos pomposos y frases estudiadas, para encubrir el lazo de una
representación amañada, inútil y degradante.
Luego
que se disolvieron, sustituyeron y destruyeron entre sí las varias formas
de gobierno de España, y que la ley imperiosa de la necesidad dictó a
Venezuela el conservarse a sí misma para ventilar y conservar los derechos
de su Rey y ofrecer un asilo a sus hermanos de Europa contra los males
que les amenazaban, se desconoció toda su anterior conducta, se variaron
los principios, y se llamó insurreción, perfidia e ingratitud, a lo mismo
que sirvió de norma a los gobiernos de España, porque ya se les cerraba
la puerta al monopolio de administración que querían perpetuar a nombre
de un Rey imaginario.
A
pesar de nuestras propuestas, de nuestra moderación, de nuestra generosidad,
y de la inviolabilidad de nuestros principios, contra la voluntad de nuestros
hermanos de Europa, se nos declara un estado de rebelión, se nos bloquea,
se nos hostiliza, se nos envían agentes a amotinarnos unos contra otros,
y se procura desacreditarnos entre las naciones de Europa implorando su
auxilio para oprimirnos.
Sin
hacer el menor aprecio de nuestras razones, sin presentarlas al imparcial
juicio del mundo, y sin otros jueces que nuestros enemigos, se nos condena
a una dolorosa incomunicación con nuestros hermanos; y para añadir el
desprecio a la calumnia se nos nombra apoderados, contra nuestra expresa
voluntad, para que en sus Cortes dispongan arbitrariamente de nuestros
intereses bajo el influjo y la fuerza de nuestros enemigos.
Para
sofocar y anonadar los efectos de nuestra representación, cuando se vieron
obligados a concedérnosla, nos sometieron a una tarifa mezquina y diminuta
y sujetaron a la voz pasiva de los ayuntamientos, degradados por el despotismo
de los gobernadores, la forma de la elección; lo que era un insulto a
nuestra sencillez y buena fe, más bien que una consideración a nuestra
incontestable importancia política.
Sordos
siempre a los gritos de nuestra justicia, han procurado los gobiernos
de España desacreditar todos nuestros esfuerzos declarando criminales
y sellando con la infamia, el cadalso y la confiscación, todas las tentativas
que, en diversas épocas, han hechos algunos americanos para la felicidad
de su país, como fue la que últimamente nos dictó la propia seguridad,
para no ser envueltos en el desorden que presentíamos, y conducidos a
la horrorosa suerte que vamos ya a apartar de nosotros para siempre; con
esta atroz política, han logrado hacer a nuestros hermanos insensibles
a nuestras desgracias, armarlos contra nosotros, borrar de ellos las dulces
impresiones de la amistad y de la consanguinidad, y convertir en enemigos
una parte de nuestra gran familia.
Cuando
nosotros, fieles a nuestras promesas, sacrificábamos nuestra seguridad
y dignidad civil por no abandonar los derechos que generosamente conservamos
a Fernando de Borbón, hemos vistos que a las relaciones de las fuerzas
que le ligaban con el Emperador de los franceses ha añadido los vínculos
de sangre y amistad, por lo que hasta los gobiernos de España han declarado
ya su resolución de no reconocerle sino condicionalmente.
En
esta dolorosa alternativa hemos permanecido tres años en una indecisión
y ambigüedad política, tan funesta y peligrosa, que ella sola bastaría
a autorizar la resolución que la fe de nuestras promesas y de los vínculos
de la fraternidad nos habían hecho diferir; hasta que la necesidad nos
ha obligado a ir más allá de lo que nos propusimos, impelidos por la conducta
hostil y desnaturalizada de los gobiernos de España, que nos ha relevado
del juramento condicional con que hemos sido llamados a la augusta representación
que ejercemos.
Mas
nosotros, que nos gloriamos de fundar nuestro proceder en mejores principios,
y que no queremos establecer nuestra felicidad sobre la desgracia de nuestros
semejantes, miramos y declaramos como amigos nuestros, compañeros de nuestra
suerte, y partícipes de nuestra felicidad, a los que, unidos con nosotros
por los vínculos de la sangre, la lengua y la religión, han sufrido los
mismos males en el anterior orden; siempre que, reconociendo nuestra absoluta
independencia de él y de otra dominación extraña, nos ayuden a sostenerla
con su vida, su fortuna y su opinión, declarándolos y reconociéndolos
(como a todas las demás naciones) en guerra enemigos, y en paz amigos,
hermanos y compatriotas.
En atención a todas estas sólidas, públicas e incontestables razones de política, que tanto persuaden la necesidad de recobrar la dignidad natural, que el orden de los sucesos nos han restituido, en uso de los imprescriptibles derechos que tienen los pueblos para destruir todo pacto, convenio o asociación que no llenan los fines para que fueron instituidos los gobiernos, creemos que no podemos ni debemos conservar los lazos que nos ligaban al gobierno de España, y que, como todos los pueblos del mundo, estamos libres y autorizados para no depender de otra autoridad que la nuestra, y tomar entre las potencias de la tierra, el puesto igual que el Ser Supremo y la naturaleza nos asignan y a que nos llama la sucesión de los acontecimientos humanos y nuestro propio bien y utilidad.
En atención a todas estas sólidas, públicas e incontestables razones de política, que tanto persuaden la necesidad de recobrar la dignidad natural, que el orden de los sucesos nos han restituido, en uso de los imprescriptibles derechos que tienen los pueblos para destruir todo pacto, convenio o asociación que no llenan los fines para que fueron instituidos los gobiernos, creemos que no podemos ni debemos conservar los lazos que nos ligaban al gobierno de España, y que, como todos los pueblos del mundo, estamos libres y autorizados para no depender de otra autoridad que la nuestra, y tomar entre las potencias de la tierra, el puesto igual que el Ser Supremo y la naturaleza nos asignan y a que nos llama la sucesión de los acontecimientos humanos y nuestro propio bien y utilidad.
Sin
embargo de que conocemos las dificultades que trae consigo y las obligaciones
que nos impone el rango que vamos a ocupar en el orden político del mundo,
y la influencia poderosa de las formas y actitudes a que hemos estado,
a nuestro pesar, acostumbrados, también conocemos que la vergonzosa sumisión
a ellas, cuando podemos sacudirlas, sería más ignominiosa para nosotros,
y más funesta para nuestra posterioridad, que nuestra larga y penosa servidumbre,
y que es ya de nuestro indispensable deber proveer a nuestra conservación,
seguridad y felicidad, variando esencialmente todas las formas de nuestra
anterior constitución.
Por
tanto, creyendo con todas estas razones satisfecho el respeto que debemos
tener a las opiniones del género humano y a la dignidad de las demás naciones,
en cuyo número vamos entrar, y con cuya comunicación y amistad contamos,
nosotros, los representantes de las Provincias Unidas de Venezuela, poniendo
por testigo al Ser Supremo de la justicia de nuestro proceder y de la
rectitud de nuestras intenciones, imploramos sus divinos y celestiales
auxilios, y ratificándole, en el momento en que nacemos a la dignidad,
que su providencia nos restituye el deseo de vivir y morir libres, creyendo
y defendiendo la santa, católica y apostólica religión de Jesucristo.
Nosotros, pues, a nombre y con la voluntad y la autoridad que tenemos
del virtuoso pueblo de Venezuela, declaramos solemnemente al mundo que
sus Provincias Unidas son, y deben ser desde hoy, de hecho y de derecho,
Estados libres, soberanos e independientes y que están absueltos de toda
sumisión y dependencia de la Corona de España o de los que se dicen o
dijeren sus apoderados o representantes, y que como tal Estado libre e
independiente tiene un pleno poder para darse la forma de gobierno que
sea conforme a la voluntad general de sus pueblos, declarar la guerra,
hacer la paz, formar alianzas, arreglar tratados de comercio, límites
y navegación, hacer y ejecutar todos los demás actos que hacen y ejecutan
las naciones libres e independientes. Y para hacer válida, firme y subsistente
unas provincias a otras, nuestras vidas, nuestras fortunas y el sagrado
de nuestro honor nacional. Dada en el Palacio Federal y de Caracas, firmada
de nuestra mano, sellada con el gran sello provisional de la Confederación,
refrendada por el Secretario del Congreso, a cinco días del mes de julio
del año de mil ochocientos once, el primero de nuestra independencia."
Por la
provincia de Caracas, Isidoro Antonio López Méndez, diputado de la ciudad de
Caracas; Juan Germán Roscio, por el partido de la villa de Calabazo; Felipe
Fermín Paul, por el partido de San Sebastian; Francisco Javier Ustáriz, por
el partido de San Sebastián; Nicolás de Castro, diputado de Caracas; Juan
Antonio Rodríguez Domínguez, Presidente, diputado de Nutrias, en Barinas;
Luis Ignacio Mendoza, Vicepresidente, diputado de Obispos, en Barinas;
Fernando de Peñalver, diputado de Valencia; Gabriel Pérez de Pagola,
diputado de Ospino; Salvador Delgado, diputado de Nirgua; el Marqués del
Toro, diputado de la ciudad del Tocuyo; Juan Antonio Díaz Argote, diputado
de la Villa de Cura; Gabriel de Ponte, diputado de Caracas; Juan José Maya,
diputado de San Felipe; Luis José de Cazorla, diputado de Valencia; doctor
José Vicente Unda, diputado de Guanare; Francisco Javier Yanes, diputado de
Araure; Fernando Toro, diputado de Caracas; Martín Tovar Ponte, diputado de
San Sebastián; Juan Toro, diputado de Valencia; José Ángel de Álamo,
diputado de Barquisimeto; Francisco Hernández, diputado de San Carlos; Lino
de Clemente, diputado de Caracas. Por la provincia de Cumaná, Francisco
Javier de Mayz, diputado de la capital; José Gabriel de Alcalá, diputado de
ídem; Juan Bermúdez, diputado del Sur; Mariano de la Cova, diputado del
Norte. Por la de Barcelona, Francisco Miranda, diputado del Pao; Francisco
Policarpo Ortiz, diputado de San Diego. Por la de Barinas, Juan Nepomuceno
de Quintana, diputado de Achaguas; Ignacio Fernández, diputado de la capital
de Barinas; Ignacio Ramón Briceño, representante de Pedraza; José de Sata y
Bussy, diputado de San Fernando de Apure; José Luis Cabrera, diputado de
Guanarito; Ramón Ignacio Méndez, diputado de Guasdualito; Manuel Palacio,
diputado de Mijagual. Por la de Margarita, Manuel Plácido Maneyro. Por la de
Mérida, Antonio Nicolás Briceño, diputado de Mérida; Manuel Vicente de Maya,
diputado de la Grita. Por la de Trujillo, Juan Pablo Pacheco. Por la villa
de Aragua, provincia de Barcelona, José María Ramírez. Refrendado: Hay un
sello. Francisco Isnardy, Secretario.
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