La “Crisis de la Democracia” y el ataque a la educación
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REALIDAD
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Por DAVID UGARTE
La “Crisis de la Democracia” y el ataque a la educación
Nota del Editor: El siguiente es la primera parte de una serie de articulos titulados “La Lucha de Clases y la Crisis Universitaria”
de Andrew Gavin Marshall. Publicamos esta serie de artículos ya que
ayudan a comprender la problemática de la mercantilización de la
educación desde una perspectiva global y a conocer el estado de los
movimientos estudiantiles en otras regiones del mundo.
Hoy en día, somos testigos de
una incipiente rebelión global masiva, liderada principalmente por los
jóvenes educados y desempleados del mundo, en contra de los poderes
institucionalizados y establecidos que tratan de privarlos de un futuro
digno. En Chile durante el año pasado, un masivo movimiento estudiantil y
huelgas se convirtieron en una fuerza poderosa en el país contra un
sistema educativo cada vez más privatizado (que sirvió de modelo para el
resto del mundo) con el apoyo de la inmensa mayoría de la población; en
Quebec, Canadá, una huelga de estudiantes ha llevado a cientos de miles
de jóvenes a las calles para protestar contra la duplicación de sus
tasas de arancel; estudiantes y otros se fueron a huelga en España
contra las medidas de austeridad; están desarrollándose y creciendo
protestas lideradas por o con fuerte participación de los jóvenes en el
Reino Unido, Grecia, Portugal, Francia, y en los Estados Unidos (por
ejemplo, con el Movimiento Occupy), luchando contra las medidas de
austeridad, la corrupción abierta de la clase capitalista, y la colusión
del gobierno con los banqueros y las corporaciones. Estudiantes y
jóvenes llevaron a los levantamientos en Túnez y Egipto el año pasado
que condujeron al derrocamiento de los dictadores que habían gobernado a
esas naciones durante décadas.
En todo el mundo, cada vez más, los jóvenes están saliendo a las calles
para protestar, agitar y atacar los abusos de poder, los fracasos del
gobierno, los excesos de la codicia, el saqueo y la pobreza. La juventud
educada, en particular, está desempeñando un papel activo, un papel que
crecerá dramáticamente durante este año y los próximos. La juventud
educada está graduándose en un mercado de desempleo con una deuda enorme
y pocas oportunidades. Ahora, así como hace varias décadas, los jóvenes
están volcándose al activismo. ¿Qué pasó en el intervalo para que el
activismo se desbaratara cuando había sido tan amplio en la década del
60? ¿Cómo nuestro sistema educativo llegó a su situación actual? ¿Qué implica esto para el presente y el futuro?
En el período comprendido entre los años 50 y 70, el mundo occidental, y especialmente Estados Unidos, experimentó una oleada masiva de resistencia, rebelión, protesta, activismo y acción directa de sectores enteros de la población en general que estuvieron durante décadas, si no siglos, en mayor medida oprimidos y olvidados por las estructuras de poder institucional de la sociedad. El movimiento de derechos civiles en Estados Unidos, el surgimiento de la Nueva Izquierda – radical y activista – en Europa y América del Norte, como en otras partes, el activismo contra la guerra, en gran parte impulsado en oposición a la guerra de Vietnam, la Teología de la Liberación en América Latina (y en Filipinas), el movimiento ecologista, el movimiento feminista, los movimientos de derechos de los homosexuales, y todo tipo de otros activistas y movimientos movilizados de la juventud y de vastos sectores de la sociedad se organizaron y agitaron activamente en favor del cambio, la reforma e incluso, la revolución. Cuando el poder se resistió más a sus demandas, los movimientos se radicalizaron más. Mientras más lento actuó poder, más rápido reaccionó el pueblo. El efecto, en esencia, es que estos movimientos buscaron, y en muchos casos consiguieron, empoderar a vastas poblaciones que habían sido de otro modo oprimidas e ignoradas, y por lo general hicieron despertar a las masas de la sociedad ante injusticias tales como el racismo, la guerra y la represión.
Para la población en general, estos movimientos fueron una etapa instructiva, civilizadora, y llena de esperanza en nuestra historia moderna. Para las élites, fueron terribles. Así, en la década del 70 tuvo lugar un debate dentro de la élite intelectual, sobre todo en los Estados Unidos, ante lo que se conoció como la “Crisis de la Democracia.” En 1973 fue creada la Comisión Trilateral, por el banquero y oligarca global David Rockefeller y el intelectual elitista Zbigniew Brzezinski. La Comisión Trilateral reúne a las élites de América del Norte, Europa Occidental y Japón (ahora incluye varios estados de Asia Oriental), en los ámbitos de la política, finanzas, economía, negocios, organizaciones internacionales, organizaciones no gubernamentales, académicos, militares, inteligencia, medios de comunicación, y círculos de política exterior. Actúa como un importante think tank internacional, diseñado para coordinar y establecer un consenso entre las potencias imperiales dominantes del mundo.
En 1975, la Comisión Trilateral publicó un importante informe titulado “La Crisis de la Democracia”, donde los autores se lamentaron por la “oleada democrática” de la década del 60 y la “sobrecarga” que impuso a las instituciones de autoridad. Samuel Huntington, politólogo y uno de los principales autores del informe, escribió que la década del 60 vio un crecimiento de la democracia en Estados Unidos, con un repunte de la participación ciudadana, a menudo “en forma de marchas, manifestaciones, movimientos de protesta, y organizaciones por “causas”.” Además, “la década del 60 vio también una reafirmación de la primacía de la igualdad como un objetivo en la vida social, económica, y política.” Por supuesto, para Huntington y la Comisión Trilateral, fundada por el amigo de Huntington, Zbigniew Brzezinski, y el banquero David Rockefeller, la idea de “la igualdad como un objetivo en la vida social, económica y política” es una perspectiva terrible y aterradora. Huntington analizó la forma de cómo en parte de esta “oleada democrática”, mostraban las estadísticas a lo largo de las décadas del 60 y el 70, hubo un dramático aumento en el porcentaje de personas que sentían que Estados Unidos estaba gastando demasiado en defensa (del 18% en 1960 al 52% en 1969, principalmente debido a la guerra de Vietnam). [1]
Huntington escribió que la “esencia de la oleada democrática de la década del 60 fue un desafío general a los sistemas existentes de autoridad, públicos y privados”, y que “La gente ya no sentía la misma compulsión a obedecer a aquellos a quienes habían considerado previamente superiores a sí mismos en edad, rango, estatus, experiencia, carácter, o talentos”. Huntington explicó que en la década del 60, “jerarquía, experiencia y riqueza” se encontraban “bajo ataque”.” El uso del lenguaje aquí es importante, colocando al poder y la riqueza como si estuviesen “bajo ataque”, lo que implica que aquellos que lo “atacan” son los agresores, lo que se opone al hecho de que estas poblaciones (como los estadounidenses negros) habían sido atacadas por el poder y la riqueza durante siglos, y que solo entonces habían comenzado a luchar. Por lo tanto, la autodefensa del pueblo contra el poder y la riqueza es vista como un “ataque”. Huntington afirmó que las tres cuestiones clave que son fundamentales en el aumento de la participación política en la década del 60 fueron:
cuestiones sociales, como el uso de las drogas, las libertades civiles y el papel de la mujer; cuestiones raciales, como integración, movilidad, ayudas gubernamentales a grupos minoritarios, y disturbios urbanos; cuestiones militares, que implican principalmente, por supuesto, la guerra en Vietnam, pero también proyectos, gasto militar, programas de ayuda militar y el papel del complejo militar-industrial en general. [2]
Huntington presenta estos problemas, en esencia, como la “crisis de la democracia”, en que aumentara la desconfianza en el gobierno y la autoridad, lo que llevó a la polarización social e ideológica, y derivó en una disminución “de la autoridad, el estatus, la influencia y la eficacia de la presidencia.” Huntington concluyó que los problemas de gobernabilidad en Estados Unidos derivaron de un “exceso de democracia”, y que “el funcionamiento eficaz de un sistema político democrático por lo general requiere cierto grado de apatía y de no participación por parte de algunos individuos y grupos”. Huntington explicó que la sociedad siempre ha tenido “grupos marginales” que no participan en la política, y si bien reconoce que la existencia de “marginalidad por parte de algunos grupos es inherentemente antidemocrática”, también “permite que la democracia pueda funcionar con eficacia”. Huntington identifica a “los negros”, como uno de esos grupos que se habían vuelto políticamente activos, lo que representaba un “peligro de sobrecarga del sistema político con demandas.” Por supuesto, esto implica directamente una versión elitista de la “democracia” donde el Estado mantiene la estética democrática (voto, separación de poderes, estado de derecho), pero sigue estando exclusivamente en manos de la rica élite de poder. Huntington, en su conclusión, afirmó que la vulnerabilidad de la democracia, particularmente la “crisis de la democracia”, deriva de “un alto nivel de educación, movilización, y sociedad participativa”, y que lo que se necesita es “una existencia más equilibrada” donde existan “límites deseables a la extensión indefinida de la democracia política”. [3] En otras palabras, lo que se necesita es menos democracia y más autoridad.
La Comisión Trilateral luego explicó su visión respecto de la “amenaza” a la democracia y por lo tanto, la forma en que el sistema “debería” funcionar:
En la mayoría de los países de la Trilateral [Europa Occidental, Norteamérica, Japón] en la última década ha habido un descenso en la confianza que el pueblo tiene en el gobierno… La autoridad ha sido cuestionada no sólo en el gobierno, sino en sindicatos, empresas comerciales, escuelas y universidades, asociaciones profesionales, iglesias y grupos cívicos. En el pasado, las instituciones que habían jugado el papel principal en el adoctrinamiento de los jóvenes en sus derechos y obligaciones como miembros de la sociedad habían sido la familia, la iglesia, la escuela, y el ejército. La eficacia de todas estas instituciones como un medio de socialización ha disminuido severamente. (Énfasis añadido) [4]
El “exceso de democracia” implicaba generar un supuesto “aumento de las demandas” al gobierno, justo en un momento en que la autoridad del gobierno estaba siendo socavada. La Comisión Trilateral asustó crecientemente a la comunidad de la elite intelectual, discutiendo la amenaza de los “intelectuales orientados a los valores” que se atreven a “hacer valer su disconformidad con la corrupción, el materialismo y la ineficacia de la democracia y con la sumisión de los gobiernos democráticos al “capitalismo monopolista”.” Para los miembros y componentes (las élites) de la Comisión Trilateral, no se retractaron de la evaluación de esa amenaza, afirmando que, “este desarrollo constituye un desafío a un gobierno democrático que es, al menos potencialmente, tan grave como los planteados en el pasado por las camarillas aristocráticas, los movimientos fascistas, y los partidos comunistas”. [5] Este es un uso muy típico de retórica elitista donde a la hora de identificar cualquier amenaza a los intereses de la élite, esta es presentada en casi términos apocalípticos. La implicación, por lo tanto, es que los intelectuales que desafían a la autoridad son presentados como una amenaza tan grande a la democracia como lo fueron Hitler y el fascismo.
El informe de la Comisión Trilateral explica – a través de un razonamiento económico – cómo una mayor democracia es sencillamente insostenible. La “oleada democrática” dio a los grupos desfavorecidos nuevos derechos y los hizo políticamente activos (como los negros), y esto se tradujo en aumento de las demandas sobre el mismo sistema cuya legitimidad había sido debilitada. ¡Un escenario terrible para las elites! El informe explicó que mientras la votación disminuyó a lo largo de las décadas del 60 y el 70, la participación política activa en los campus aumentó, los grupos minoritarios estaban exigiendo sus derechos (¡cómo se atreven!), y no sólo exigían derechos humanos básicos, sino también “oportunidades, posiciones, recompensas y privilegios, que no habían considerado como derechos propios anteriormente.” Es decir, no como los ricos, que se han considerado con derecho a todo, por siempre y para siempre. Por lo tanto, el gasto público en bienestar social y una mayor educación se incrementó, explica el informe: “A principios de los 70 los estadounidenses se volvieron progresivamente exigentes y recibieron más beneficios de su gobierno y sin embargo tenían menos confianza en su gobierno de la que tenían hace una década.” La mayoría de las personas se refieren a ello como un logro de la democracia, pero para los “intelectuales” de la Trilateral se trataba de un “exceso de democracia”, y, de hecho, una amenaza. [6]
Samuel Huntington, por supuesto, asume que el declive de la confianza en el gobierno era irracional, y no tenía nada que ver con la guerra de Vietnam, la represión policial y estatal de los movimientos de protesta, el escándalo Watergate y otros delitos evidentes. No, para Huntington, la pérdida de confianza está ligada mágicamente a las “mayores expectativas” de la población, o, como Jay Peterzell explicó en su crítica al informe, “la causa de la desilusión pública se remonta constantemente a expectativas poco realistas alentadas por el gasto del gobierno.” Huntington justificó este mito absurdo en su análisis sesgado del “giro a la defensa” y el “giro al bienestar”. El “giro a la defensa”, que tuvo lugar en la década del 50, describe un período en el que el 36% del aumento del gasto en el gobierno fue a la defensa (es decir, al complejo militar-industrial), mientras que el bienestar se redujo como proporción del presupuesto. Luego vino el “giro al bienestar” de la década del 60, en el que entre 1960 y 1971, sólo un ínfimo 15% del aumento del gasto fue al complejo militar-industrial, mientras que el 84% del aumento se destinó a programas nacionales. Por lo tanto, para Huntington, el “giro al bienestar” básicamente destruyó a Estados Unidos y arruinó la democracia. [7]
En realidad, sin embargo, Jay Peterzell desglosó los números para explicar los “cambios” en un contexto más amplio y más racional. Si bien es cierto que los porcentajes de aumento o disminución que muestra Huntington eran, después de todo, un porcentaje de “aumento” en el gasto, no lo eran en el porcentaje global del gasto Así que, cuando uno mira el conjunto del gasto público en 1950, 1960 y 1972, el porcentaje de “defensa” fue de 44, a 53, a 37. En esos mismos años, el gasto en bienestar ascendió de 4%, a 3% y a 6%. Así, entre 1960 y 1972, la cantidad de gasto en defensa disminuyó del 53 al 37% en el gasto total del gobierno. En los mismos años, el gasto en bienestar aumentó un 3-6% en el gasto total del gobierno. Cuando se ve como porcentaje del total, difícilmente puede ser legítimo afirmar que el escaso aumento del 6% de los gastos del gobierno para el bienestar era ni de lejos tan “amenaza” a la democracia como lo fue el 37% invertido en el complejo militar-industrial [8].
Así que, naturalmente, como resultado de estas terribles estadísticas, la élite intelectual y sus amos financieros tuvieron que imponer más autoridad y menos democracia. No se trataba simplemente de que la Comisión Trilateral abogara por tales “restricciones” a la democracia, ya que fue un debate importante en la élite de los círculos académicos en la década del 70. En Gran Bretaña, de esta discusión surgió la “tesis de la gobernabilidad” – o tesis de la “sobrecarga” – democrática. “Las Contradicciones Económicas de la Democracia” de Samuel Brittan en 1975, explicó que, “La tentación de animar falsas expectativas entre el electorado se vuelve abrumadora para los políticos. Los partidos de oposición están obligados a prometer hacerlo mejor y el partido de gobierno debe participar en la oferta.” En esencia, se trataba de una repetición de la tesis de la Trilateral de que demasiadas promesas generan demasiadas demandas, los cuales crean demasiada tensión para el sistema, e inevitablemente lo derrumbarán. Anthony King se hizo eco de esto en su obra, “Sobrecarga: Problemas de la Administración en la Década del 70″, y King explicó que gobernar se estaba volviendo “más difícil”, porque “a uno y al mismo tiempo, la gama de problemas que el gobierno espera y tiene que enfrentar ha aumentado considerablemente y su capacidad para hacer frente a los problemas, incluso muchos de los que tenía antes, ha disminuido.” El politólogo italiano Giovanni Sartori se hizo la pregunta: “¿La Democracia mata a la Democracia?”:
Estamos persiguiendo objetivos que están fuera de proporción, demasiado aislados y perseguidos ciegamente y que, por lo tanto, están en el proceso crear… una sobrecarga totalmente inmanejable y siniestra… Estamos empezando a darnos cuenta en las prósperas democracias que estamos viviendo por encima de nuestras necesidades. Pero estamos igual y más gravemente viviendo por encima y más allá de nuestra inteligencia, por encima de la comprensión de lo que estamos haciendo. [9]
King explicó que, “Los politólogos se han ocupado tradicionalmente de mejorar el desempeño del gobierno.” Un error evidente, concluyó King, quien sugirió que, “Tal vez en los próximos años deberían preocuparse más por cómo el número de tareas que el gobierno espera llevar a cabo pueda reducirse.” El “remedio” para toda esta “sobrecarga” de las sociedades democráticas es, en primer lugar, poner “fin a la política de las “promesas”,” y la segunda, “intentar reducir las expectativas de los votantes y los consumidores” en el proceso político. [10]
La “amenaza” de la juventud educada era especialmente pronunciada. En 1978, el Management Development Institute (una importante escuela de negocios de la India) publicó un informe en el que afirmaba:
Quizá la tendencia más perniciosa de la nueva década es el abismo creciente entre una mano de obra crecientemente mejor educada y el número de ofertas de trabajo que pueden hacer uso de esas habilidades y calificaciones… El potencial de frustración, alienación y disrupción resultante de la disparidad entre el nivel educacional alcanzado y el trabajo apropiado no puede ser menospreciado. [11]
En estos comentarios, estamos tratando con dos definiciones diametralmente opuestas de democracia: popular y elitista. La democracia popular es el gobierno del, por y para el pueblo, la democracia elitista es el gobierno de los, por y para los ricos (pero con la estética exterior de las democracias), canalizando la participación popular en la votación en lugar de la toma de decisiones o de la participación activa. La democracia popular implica que las personas participan directamente en las decisiones y las funciones y el mantenimiento de la “nación” (aunque no necesariamente del Estado), mientras que la democracia elitista implica la participación pasiva de la población lo suficiente como para permitir que se sientan como si desempeñaran un papel importante en la dirección de la sociedad, mientras que las élites controlan todas las palancas importantes de poder y las instituciones que dirigen y se benefician de las acciones del Estado. Estas diferentes definiciones son importantes porque al leer los informes por escrito y publicados por los intereses de la elite (como el informe de la Comisión Trilateral), cambia la sustancia y el significado del propio informe. Por ejemplo, tomemos el caso de Samuel Huntington, lamentándose por la amenaza a la democracia que representa la participación popular: desde la lógica de la democracia popular, esta es una afirmación absurda que no tiene sentido, desde la lógica de la democracia elitista, esa afirmación es correcta y profundamente importante. Si las élites entienden esta diferenciación, también debe hacerlo el público.
El Memo Powell: Protegiendo a la Plutocracia
Mientras las élites se lamentaban por el aumento de la democracia, sobre todo en la década del 60, no se quedaron sólo quejándose por el “exceso de democracia”, sino que fueron planeando activamente la reducción de la misma. Cuatro años antes del informe de la Comisión Trilateral, en 1971, fue publicado el infame y secreto Memo Powell, escrito por un abogado corporativo y miembro directivo de una compañía de tabaco, Lewis F. Powell, Jr. (a quien el presidente Nixon colocó en la Corte Suprema dos meses después), el cual fue dirigido al Presidente del Comité de Educación de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, que representa los intereses empresariales estadounidenses.
Powell estipula que “el sistema económico estadounidense está bajo un amplio ataque” y que “el asalto al sistema empresarial tiene una base amplia y es perseguido constantemente… ganando impulso y conversos.” A pesar de que las ‘fuentes’ del ‘ataque’ fueron identificadas como amplias, incluyen a la multitud habitual de críticos, comunistas, la Nueva Izquierda, y “otros revolucionarios que quieren destruir todo el sistema, tanto político como económico.” Además de esto existían “extremistas” que eran cada vez “más bienvenidos y alentados por otros elementos de la sociedad, más que nunca antes en nuestra historia.” La verdadera “amenaza”, sin embargo, eran las “voces que se unen al coro de críticas [que] vienen de elementos perfectamente respetables de la sociedad: desde el campus de la universidad, el púlpito, los medios de comunicación, las revistas intelectuales y literarias, las artes y las ciencias, y de los políticos”. Aun reconociendo que en estos mismos sectores, los que hablan en contra del “sistema” son todavía una minoría, Powell señaló que “estos son a menudo los más elocuentes, y los más prolíficos en su escritura y expresión oral”. [12]
Powell, discutió la “paradoja” de cómo los líderes empresariales parecen estar participando – o simplemente tolerando – los ataques contra el “sistema de libre empresa”, ya sea por dar voz a través de los medios de comunicación que les pertenecen, o a través de las universidades, a pesar del hecho de que “los consejos de administración de nuestras universidades están compuestos mayoritariamente de hombres y mujeres que son líderes en el sistema”. Powell lamentó las conclusiones de los informes que indican que desde las universidades se estaban graduando estudiantes que “desprecian el sistema político y económico”, y por lo tanto, que estarían dispuestos a entrar en el poder y generar un cambio, o directamente cuestionar el sistema desde la cabeza. Esto marcó una “guerra intelectual” librada contra el sistema, de acuerdo a Powell, quien citó a continuación al economista Milton Friedman de la Universidad de Chicago (y ‘padre’ del neoliberalismo), quien declaró:
Está muy claro que los fundamentos de nuestra sociedad libre son objeto de ataques extendidos y poderosos – no por comunistas o cualquier otra conspiración, sino por personas equivocadas que cacarean como loros el uno al otro y sin darse cuenta que sirven a fines que nunca promoverían intencionalmente [13]
Powell, incluso identificó específicamente a Ralph Nader como una “amenaza” para el empresariado estadounidense. Powell se lamentó más por los cambios y el “ataque” que se realiza a través de los tribunales y el sistema legal, que comenzaron a atacar a la evasión de impuestos y los vacíos legales, con los medios de comunicación apoyando este tipo de iniciativas ya que ayudan a “los pobres”. Powell, por supuesto, se refiere a la noción de ayudar a “los pobres” a expensas de los ricos, y la formulación del debate como tal, como “demagogia política o analfabetismo económico”, y que la identificación de políticas de clase – los ricos contra los pobres – “es la más barata y más peligrosa clase de política.” Lamentablemente la respuesta del mundo empresarial ante este “amplio ataque”, según Powell, era “el apaciguamiento, la ineptitud e ignorar el problema.” Powell, sin embargo, explicó en simpatía a la “ineptitud” del empresariado y las elites financieras que, “hay que reconocer que los empresarios no han sido entrenados ni equipados para llevar a cabo una guerra de guerrillas como la de los que hacen propaganda contra el sistema”. [14]
Mientras que el “papel tradicional” de los empresarios ha sido el de obtener beneficios, “crear empleos”, para “mejorar el nivel de vida”, y por supuesto, “en general, ser buenos ciudadanos”, lamentablemente han demostrado “poca habilidad efectiva en el debate intelectual y filosófico.” Por lo tanto, declaró Powell, los empresarios primero deben “reconocer que el tema final puede ser la supervivencia – la supervivencia de lo que llamamos sistema de libre empresa, y todo lo que esto significa para la fuerza y la prosperidad de Estados Unidos y la libertad de nuestro pueblo.” Como tal, “la gestión [corporativa] debe estar igualmente preocupada der proteger y preservar el sistema en sí mismo”, en lugar centrarse en los beneficios. Las sociedades anónimas, reconoció Powell, estaban involucradas en este tiempo en las “relaciones públicas” y los “asuntos gubernamentales” (léase: propaganda y política pública), sin embargo, el ‘contraataque’ debe ser más amplio:
Pero la actividad independiente y no coordinada de las empresas individuales, por muy importante que sea, no será suficiente. La fuerza reside en la organización, en una cuidadosa planificación y aplicación a largo plazo, en la coherencia de la acción durante un periodo indefinido de años, en la escala de financiamiento disponible sólo a través de un esfuerzo conjunto, y en el poder político disponible sólo a través de la acción conjunta y las organizaciones nacionales. [15]
Si bien el ‘asalto’ contra el sistema se desarrolló a lo largo de varias décadas, Powell declaró que, “existe razón para creer que el campus de la [universidad/educación] es la fuente individual más dinámica”, ya que “las facultades de ciencias sociales suelen incluir miembros que son indiferentes al sistema empresarial”. Estos académicos, explicó Powell, “no tienen que ser mayoría”, ya que “son personalmente atractivos y magnéticos; son profesores estimulantes, y su controversia atrae a los estudiantes que los siguen; son prolíficos escritores y profesores, además de autores de muchos de los libros de texto, y ejercen una influencia enorme – muy desproporcionada para su número – ante sus colegas y en el mundo académico.” Esta situación es, por supuesto, ¡terrible y deplorable! ¡Imagina la clase de horror y desesperación que traería al mundo tener profesores atrayentes, estimulantes y prolíficos!
Pretendiendo que muchos politólogos, economistas, sociólogos e historiadores “tienden a ser más liberales”, Powell sugirió que “la necesidad de un pensamiento liberal es esencial para un punto de vista equilibrado”, pero que el “equilibrio” no existe, con “unos pocos miembros de la [facultad] conservadores o [de] poca persuasión… y siendo menos articulados y agresivos que sus colegas opuestos.” Aterrorizados por las perspectivas de que estos jóvenes potencialmente revolucionarios lleguen a posiciones de poder, Powell dijo que cuando lo hacen, “la mayoría de ellos rápidamente descubre las falacias de lo que se les ha enseñado”, esto, en otras palabras, quiere decir que se transforman rápidamente al socializar con las estructuras, las jerarquías y las instituciones de poder que demandan conformidad y sumisión a los intereses de la élite. Sin embargo, todavía existen muchos que podrían aparecer en “posiciones de influencia donde podrían moldear la opinión pública y a menudo dar forma a la acción gubernamental.” Por lo tanto, recomienda Powell, la Cámara de Comercio debe convertir en “tarea prioritaria de los empresarios” y sus organizaciones afines “abordar el origen de esta hostilidad en el campus.” Puesto que la libertad académica era vista como algo sacrosanto en la sociedad estadounidense, “sería fatal atacarla como un principio”, lo que por supuesto implica que debe ser atacada indirectamente. En cambio, sería más eficaz utilizar la retórica de la “libertad académica” contra el principio de libertad académica misma, utilizando términos como “apertura”, “equidad” y “equilibrio” como puntos de crítica que darían “una gran oportunidad para la acción constructiva.” [16]
Por lo tanto, una organización como la Cámara de Comercio debería, recomienda Powell, “considerar el establecimiento de un equipo de especialistas altamente calificados en ciencias sociales que crean en el sistema… [incluyendo] varios de reputación a nivel nacional cuya autoría sea muy respetada – incluso cuando no se esté de acuerdo con ellos.” La Cámara también debe crear “un equipo de oradores de la más alta competencia”, que “podrían incluir estudiosos”, y establecer una “Oficina de Oradores” que “incluya a los defensores más capaces y más eficaces de los niveles más altos del empresariado estadounidense.” Este equipo de investigadores, que subraya Powell, debe ser conocido como “investigadores independientes”, deben participar en un programa continuo de evaluación de “los libros de texto de ciencias sociales, especialmente en economía, ciencias políticas y sociología.” El objetivo de esto sería “orientarse a restablecer el equilibrio esencial para la libertad académica genuina”, lo que significa, por supuesto, la implantación del adoctrinamiento ideológico y la propaganda del mundo empresarial, que Powell ha descrito como nuestra garantía “de un trato justo y objetivo de nuestro sistema de gobierno y sistema empresarial, sus logros, su relación básica con los derechos y libertades individuales, y la comparación con los sistemas del socialismo, el fascismo y el comunismo.” Powell se lamentó que el “movimiento de derechos civiles insista en reescribir muchos de los libros de texto en nuestras universidades y escuelas”, y que “los sindicatos insistan en lo mismo [ó] que los libros de texto sean justos con los puntos de vista de los trabajadores organizados.” Por lo tanto, Powell sostuvo, dentro el mundo empresarial el intentar reescribir los libros de texto y la educación, el proceso “debe ser considerado como una ayuda hacia una auténtica libertad académica y no como una intrusión en ella.” [17]
Además, Powell sugirió que la comunidad empresarial debía promover oradores en las universidades y ciclos de conferencias “que parecieran ir en apoyo del sistema norteamericano de gobierno y empresa.” Aunque explicó que los grupos de estudiantes y profesores no son susceptibles de estar dispuestos a dar la palabra a la Cámara de Comercio o a líderes empresariales, la Cámara debía “insistir agresivamente” en ser escuchada, exigiendo “tiempos iguales”, lo que sería una estrategia efectiva debido a que “los administradores de la universidad y la gran mayoría de los grupos y comités de estudiantes no estarían en posición púbica de rechazar un foro para diversos puntos de vista.” Los dos ingredientes principales de este programa, explicó Powell eran, primero, “tener oradores atractivos, articulados y bien informados”, y en segundo lugar, “ejercer cierto grado de presión – pública y privada – que pueda ser necesario para asegurarse la oportunidad de hablar.” El objetivo, escribió Powell, “siempre debe ser el de informar e iluminar, y no simplemente hacer propaganda.” [18]
El mayor problema en los campus, sin embargo, era la necesidad de “equilibrar” las facultades, lo que significa simplemente que el mundo empresarial debía trabajar para implantar portavoces y apologistas de la élite económica y financiera en las facultades. La necesidad de “corregir” este desequilibrio, escribió Powell, “es de hecho un proyecto a largo plazo y difícil”, que “debe llevarse a cabo como parte de un programa general”, incluyendo la aplicación de presión “para mantener el equilibrio de la facultad sobre los administradores de la universidad y los consejos de administración.” Powell reconoció que tal esfuerzo es un proceso delicado y potencialmente peligroso, lo que requiere “una reflexión cuidadosa”, ya que la “presión indebida sería contraproducente.” Enfocarse en la retórica del equilibrio, la equidad y la “verdad” crearía un método “difícil de resistir, si se presenta al consejo de administración.” Por supuesto, todo contraataque del mundo empresarial no sólo debía dirigirse a la educación universitaria sino que, como sugirió Powell, también “a las escuelas secundarias”. [19]
En tanto Powell abordada el “ataque” desde – y el “contraataque” propuesto hacia – el sistema educativo por la élite empresarial y financiera, sugirió que, si bien se trataba de una estrategia a más largo plazo, en el corto plazo, sería necesario hacer frente a la opinión pública. Para ello:
El primer elemento esencial es el de establecer un personal de prominentes académicos, escritores y oradores, que piensen, analicen, escriban y expongan. También será esencial contar con personal que esté muy familiarizado con los medios de comunicación, y la manera más eficaz de comunicarse con el público. [20]
Los medios de comunicación con el público incluyen el uso de la televisión. Powell recomendó monitorear la televisión de la misma manera que se vigila los libros de texto, con objeto de mantener los medios de comunicación bajo “vigilancia constante” ante la crítica del sistema empresarial que, asume Powell, se deriva de una de dos fuentes: “la hostilidad o la ignorancia económica.” Se trata simplemente de asumir que las críticas al empresariado y al “sistema” no están justificadas, se derivan de un odio fuera de lugar o de la ignorancia de la sociedad. Este punto de vista es consistentemente regurgitado a lo largo del memo. Para “corregir” adecuadamente a los medios, Powell sugirió que la vigilancia presentara quejas tanto a los medios de comunicación como a la Comisión Federal de Comunicaciones, y al igual que en ciclos de conferencias universitarios “debe ser exigido el mismo tiempo [para los oradores empresariales]“, especialmente en “programas con formato de foro” como Meet the Press o el Today Show. Por supuesto, la radio y la prensa escrita también debían controlarse y “corregirse”. [21]
La “facultad de los eruditos”, establecida por la Cámara de Comercio o por otros grupos empresariales, debe publicar especialmente artículos académicos, ya que tales tácticas han sido efectivas en el “ataque” al sistema empresarial. Por lo tanto, estos “investigadores independientes” deben publicar en revistas populares (como Life, Reader ‘s Digest, etc.), revistas intelectuales (como The Atlantic, Harper’s, etc.) y revistas profesionales. Además, se deben publicar libros, ensayos y panfletos que promuevan “nuestro postura” para “educar al público.” La publicidad pagada también debe ser utilizada crecientemente para “apoyar el sistema”. [22]
Powell se volvió su atención a la arena política, a partir de la suposición básica de que la idea de que las grandes empresas controlan los gobiernos occidentales es simplemente “doctrina marxista” y “propaganda izquierdista”, que lamentablemente, informa Powell, “tiene un amplia recepción del público entre los estadounidenses.” Afirmó inmediatamente después que “todos los ejecutivos de negocios saben… que pocos elementos de la sociedad estadounidense de hoy en día tienen tan poca influencia en el gobierno como el hombre de negocios estadounidense, la corporación, o incluso los millones de accionistas de las empresas.” Powell afirma que, increíblemente, en términos de influencia en el gobierno, el pobre y desafortunado hombre de negocios y el ejecutivo corporativo estadounidense son “el hombre olvidado”. [23]
Olvídate de los sectores pobres, negros, y de los marginados de la sociedad, olvida las personas con discapacidad, los estereotipados, y los encarcelados, olvídate de los que dependen del bienestar social, los cupones de alimentos, o dependen de los servicios sociales o de caridad locales, y olvídate de toda la población de los Estados Unidos, que sólo consiguió el reconocimiento y apoyo del gobierno después de años de lucha, protestas constantes, represión policial, asaltos, reducción de sus derechos humanos y dignidad, esas luchas que sólo buscan conseguir un verdadero estatus de ser humano, el ser tratados de forma igualitaria y justa … no, ¡olvídate de esas personas! Los verdaderos “olvidados” y “oprimidos”, son los ejecutivos de Union Carbide, Exxon, General Electric, General Motors, Ford, DuPont, Dow, Chase Manhattan, Bank of America, y Monsanto. Ellos, en verdad, son los marginados… Por lo menos, al menos según Lewis Powell.
Para Powell, la educación y las campañas de propaganda son necesarias, pero los pobres ejecutivos marginados de una empresa estadounidense deben darse cuenta de que “el poder político es necesario”, y que tal poder debe ser “utilizado agresivamente y con determinación – sin vergüenza y sin la resistencia que ha sido tan característica en el empresariado estadounidenses”. Además, no es sólo en las ramas legislativa y ejecutiva del gobierno donde los líderes empresariales deben tomar el poder “agresivamente”, sino también en la rama judicial – los tribunales – que “pueden ser el instrumento más importante para el cambio social, económico y político”. Asegurando que tanto los “liberales” como la “extrema izquierda” han sido “explotadores del sistema judicial” – como la American Civil Liberties Union, los sindicatos y las organizaciones de derechos civiles – los grupos empresariales como la Cámara de Comercio tendrían que establecer “un personal altamente competente de abogados” para explotar el poder judicial en su propio beneficio. [24] Powell pasó a jugar un papel muy importante en este proceso; fue nombrado a la Corte Suprema de Justicia casi inmediatamente después de haber escrito este memo, tomando muchas decisiones importantes con respecto a los “derechos corporativos”.
Al abogar por un impulso agresivo en beneficio de sus propios intereses, Powell alentó a la comunidad empresarial “a atacar a los [Ralph] Nader, los [Herbert] Marcus y otros que abiertamente buscan la destrucción del sistema”, así como “sancionar políticamente a los que se oponen a éste”. La “amenaza para el sistema empresarial” no debe ser meramente presentada como una cuestión económica, sino que debe ser presentada como “una amenaza a la libertad individual”, lo que Powell describió como una “gran verdad”, que “debe ser reafirmada, para que este programa tenga sentido”. Por lo tanto, las “únicas alternativas a la libre empresa” son presentadas como “distintos grados de regulación burocrática de la libertad individual – desde que el socialismo moderado hasta el talón de hierro de la dictadura de derecha o de izquierda.” El objetivo era vincular la propia concepción individual promedio de los estadounidenses de su libertad personal a los derechos de las empresas y líderes empresariales. Por lo tanto, afirmó Powell, “la contracción y la negación de la libertad económica es seguida inevitablemente por restricciones gubernamentales sobre otros derechos preciados.” Este es el mensaje preciso, Powell explicó, “que por encima de todos los demás, debe ser llevado a los hogares del pueblo estadounidense”. [25] Así, según esta lógica, si hoy Monsanto y Dow son regulados, mañana, tu mamá y tu papá estarán en una dictadura.
La Nueva Derecha: Neoliberalismo y Educación
El Memo Powell es reconocido en mayor medida como una especie de “Constitución” o “documento fundacional” de la aparición de think tanks derechistas en los años 1970 y 1980, de acuerdo con sus recomendaciones para el establecimiento de “un equipo de especialistas altamente calificados en ciencias sociales que crean en el sistema.” En 1973, apenas dos años después de que el documento fuese escrito, fue fundada la Heritage Foundation como una “organización de expertos agresiva y abiertamente ideológica”, que adquirió gran influencia durante la administración Reagan. [26]
La página web de la Heritage Foundation explica que la misión del think tank “es formular y promover políticas públicas conservadoras basadas en los principios de libre empresa, gobierno limitado, libertad individual, valores tradicionales estadounidenses, y una defensa nacional fuerte.” Después de su fundación en 1973, la Heritage Foundation comenzó a “entregar investigación convincente y persuasiva al Congreso proveyendo hechos, datos y argumentos sólidos a favor de los principios conservadores.” En 1977, Ed Feulner se convirtió en presidente de la fundación y estableció “un nuevo personal directivo superior” y una ” banco de recursos” para “destronar al establishment liberal y establecer una red nacional de grupos políticos y expertos conservadores” en última instancia, un total de más de 2.200 “expertos en política” y 475 “grupos políticos” en Estados Unidos y en otros lugares. En 1980, Heritage publicó un “modelo de política pública”, titulado “Mandato para el Liderazgo”, que se convirtió en “la biblia política de la recién electa administración Reagan para todo, desde los impuestos a la regulación a la delincuencia y la defensa nacional.” En 1987, Heritage publicó otro plan de política, “Fuera de la Trampa de la Pobreza: Una Estrategia Conservadora para la Reforma del Bienestar”, que, según su página web afirma jactanciosamente, “cambió la mentalidad de las obligaciones en Estados Unidos, sacando a miles fuera de los subsidios [bienestar] y hacia la responsabilidad personal”, o, en otras palabras, a una mayor pobreza. [27]
El modelo de la Heritage Foundation llevó a la rápida proliferación de think tanks conservadores, de 70 a más de 300 en más de 30 años, que “a menudo trabajan juntos para crear múltiples redes a nivel local, estatal y federal y usan medios masivos y alternativos de comunicación para promover la agenda conservadora.” El objetivo final, al igual que con todos los think tanks y fundaciones, es “difundir la ideología”. [28]
El Cato Institute es otro think tank conservador – o “libertario” -, como se describe a sí mismo. Fundado en 1974 como la Charles Koch Foundation por Charles Koch (uno de los multimillonarios más ricos de Estados Unidos y principal financista del movimiento del Tea Party), así como por Ed Crane y Murray Rothbard. En 1977, había cambiado su nombre por el de Instituto Cato, después de las “Cartas de Catón”, una serie de ensayos escritos por dos escritores británicos del siglo dieciocho, bajo el seudónimo de Catón, que era un senador romano que se opuso firmemente a la democracia, y luchó contra la sublevación de esclavos dirigida por Espartaco. Fue idolatrado en el período de la Ilustración como progenitor y protector de la libertad (para unos pocos), lo que se reflejó en la ideología de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, en particular, de Thomas Jefferson y James Madison, lo que para el Cato Institute justificó el cambio de nombre. Mientras que los pensamientos y pensadores de la Ilustración son idolatrados – muy especialmente en la formación de la Constitución de Estados Unidos – como defensores de la libertad y los derechos individuales, era el “derecho” de “propiedad privada” y para aquellos que poseían la propiedad (que, en ese momento, incluían a los propietarios de esclavos) la forma última de la sacrosanta “libertad”. Una vez más, una concepción claramente elitista de la democracia que se conoce “republicanismo”.
Estos think tanks derechistas se ayudaron en la era del neoliberalismo, reuniendo a “eruditos” que apoyaban el llamado sistema de “libre mercado” (sí, una falacia mítica), y que se burlan y se oponen a todas las formas de bienestar social y apoyo social. Los think tanks generaron la investigación y el trabajo que apoyó el dominio de los bancos y las corporaciones por sobre la sociedad, y los miembros de los think tanks conseguían que sus voces fueran escuchadas a través de los medios de comunicación, en el gobierno, y en las universidades. Se facilitó el cambio ideológico en los círculos de poder y la política hacia el neoliberalismo.
El Memo Powell y la “crisis de la democracia” establecieron una circunstancia política, social y económica donde el neoliberalismo emergió para administrar el “exceso de democracia.” En lugar de un enfoque más amplio en el neoliberalismo y la globalización en general, me centraré en sus influencias sobre la educación en particular. La era de la globalización neoliberal marcó un rápido declive de los estados de bienestar liberales que habían surgido en las décadas anteriores, y como tal, la educación se vio directamente afectada.
Como parte de este proceso, el conocimiento se transformó en “capital” – dentro del “capitalismo del conocimiento” o de una “economía del conocimiento”. Los informes del Banco Mundial y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en la década de 1990 transformaron estas ideas en una “plantilla directiva.” Esta buscaba establecer “una nueva coalición entre la educación y la industria”, donde “la educación una vez reconfigurada aparecería como una forma de capital del conocimiento masivamente subvalorado que determinará el futuro del trabajo, la organización de las instituciones del conocimiento y la forma de la sociedad en los próximos años.” [29]
El conocimiento se define así como un “recurso económico”, lo que llevaría al crecimiento de la economía. Por lo tanto, en la era neoliberal, donde todos los aspectos de la productividad y el crecimiento económico se privatizan (supuestamente para aumentar su eficiencia y capacidad productiva, ya que sólo el “libre mercado” lo puede hacer), la educación – o la “economía del conocimiento” – sí, estaba destinada a ser privatizada. [30]
En el modelo educativo de revisión neoliberal, “se vio que la productividad económica no proviene de la inversión pública en educación, sino de transformar la educación en un producto que podría ser comprado y vendido como cualquier otra cosa – y en un mercado globalizado, la educación occidental puede ser vendida como una mercancía valiosa en los países en desarrollo.” Por lo tanto, dentro de la propia universidad, “el significado de “productividad” se apartó de un bien social y económico generalizado hacia un valor en dólares ficticios para determinados productos y prácticas designadas por el gobierno”. Davies et. al. explica:
Cuando estos productos son estudiantes graduados, o investigaciones publicadas, el gobierno podría ser interpretado como financista de la labor académica, como siempre. Cuando los ‘productos’ que se financiarán son investigación con dólares de subvención, con mecanismos para fomentar la colaboración con la industria, puede interpretarse como la manipulación directa de los académicos para volverse autofinanciados y prestar servicios a los intereses de las empresas y la industria. [31]
La nueva “gestión” de las universidades implica una disminución de los fondos estatales al mismo tiempo que aumenta las “pesadas (y costosas) demandas en materia de contabilidad de la forma en que se utilizan los fondos”, y por lo tanto, “la confianza en los valores y prácticas profesionales ya no fue la base de la relación” entre las universidades y el gobierno. Se argumentó que los gobiernos ya no eran capaces de pagar los costos de la educación universitaria, y que la “eficiencia” del sistema universitario – definida como “hacer más con menos” – iba a requerir un cambio en el sistema de liderazgo y la gestión interna hacia “una forma de gerencia pública inspirada en la del sector privado” de la estructura universitaria. El “objetivo principal” de este programa neoliberal, sugiere Davies:
no era simplemente para hacer más con menos, ya que los sistemas de vigilancia y auditoría son extraordinariamente costosos e ineficaces, sino volver a las universidades más gobernables y de aprovechar sus energías en apoyo de las ambiciones programáticas del gobierno neo-liberal y las grandes empresas. Un cambio hacia la economía como la única medida de valor sirve para erosionar la situación y actividades de aquellos académicos que encuentran valor en ámbitos sociales y morales. Por el contrario, los tecnócratas de orientación política de los círculos académicos, que sirven a los fines del capital corporativo global, son alentados y recompensados. [32]
Si la década del 60 vio un crecimiento de la democracia y la participación popular en un grado significativo, emanando de las universidades, los intelectuales disidentes y los estudiantes, la década del 70 vio la articulación y actualización de los ataques de la élite contra la democracia popular y el propio sistema educativo. Desde la Cámara de Comercio de Estados Unidos y la Comisión Trilateral, que representan los intereses de la élite financiera y corporativa, el principal problema fue identificado como la participación activa y popular del público orientada a la sociedad. Esa era la “crisis de la democracia.” La solución para las élites era simple: menos democracia, más autoridad. En el ámbito educativo, esto significó un mayor control de la élite sobre las universidades, menos libertad y activismo de intelectuales y estudiantes. Las universidades y el sistema educativo de manera más amplia era crecientemente privatizado, corporativizado, y globalizado. La época de la militancia llegó a su fin, y las universidades iban a ser meras plantas de ensamblaje de unidades económicamente productivas que apoyasen el sistema, no que lo impugnasen. Uno de los métodos clave para asegurarse que esto funcione fue a través de la deuda, que actúa como un mecanismo disciplinario en el que los estudiantes se ven limitados por el peso de la servidumbre por deudas, y por lo tanto, su propia educación debe orientarse hacia una carrera específica y una expectativa de ingresos. El conocimiento se busca para obtener beneficio personal y económico más que por el bien del conocimiento como tal. Graduarse con una gran deuda implica entonces la necesidad de entrar inmediatamente al mercado de trabajo, si es que no se había entrado ya al mercado de trabajo a tiempo parcial mientras se estudiaba. Por lo tanto, la deuda disciplina a los estudiantes hacia un propósito diferente en su educación: hacia un puesto de trabajo y a los beneficios financieros en lugar de hacia el conocimiento y el entendimiento. El activismo entonces, es más un impedimento que un partidario del conocimiento y la educación.
En la siguiente parte de esta serie, voy a analizar el propósito y el papel de la educación y los intelectuales en un contexto histórico, diferenciando entre los propósitos de “bien social” y “control social” de la educación, así como entre los intelectuales orientados a la política (de elite) y los orientados a los valores (disidentes). A través de una mirada crítica de los fines de la educación y los intelectuales, podemos entender la crisis actual en la educación y la disidencia intelectual, y por lo tanto, entender los métodos y orientaciones positivas para el cambio.
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Andrew Gavin Marshall es un investigador independiente y escritor residente en Montreal, Canadá, que escribe sobre una serie de cuestiones sociales, políticas, económicas e históricas. También es Project Manager del The People’s Book Project y presenta un programa semanal de podcast, “Empire, Power and People”, en BoilingFrogsPost.com.
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Notas
[1] Michel J. Crozier, Samuel P. Huntington and Joji Watanuki, The Crisis of Democracy, (Report on the Governability of Democracies to the Trilateral Commission, New York University Press, 1975), pages 61-62, 71.
[2] Ibid, pages 74-77.
[3] Ibid, pages 93, 113-115.
[4] Ibid, page 162.
[5] Jay Peterzell, “The Trilateral Commission and the Carter Administration,” Economic and Political Weekly (Vol. 12, No. 51, 17 December 1977), page 2102.
[6] Ibid.
[7] Ibid.
[8] Ibid.
[9] Wayne Parsons, “Politics Without Promises: The Crisis of ‘Overload’ and Governability,” Parliamentary Affairs (Vol. 35, No. 4, 1982), pages 421-422.
[10] Ibid.
[11] Val Burris, “The Social and Political Consequences of Overeducation,” American Sociological Review (Vol. 48, No. 4, August 1983), pages 455-456.
[12] Lewis F. Powell, Jr., “Confidential Memorandum: Attack of American Free Enterprise System,” Addressed to the U.S. Chamber of Commerce, 23 August 1971:
http://www.pbs.org/wnet/supremecourt/personality/sources_document13.html
[13-25] Ibid.
[26] Julie E. Miller-Cribbs, et. al., “Thinking About Think Tanks: Strategies for Progressive Social Work,” Journal of Policy Practice (Vol. 9, No. 3-4, 2010), page 293.
[27] The Heritage Foundation, “The Heritage Foundation’s 35th Anniversary: A History of Achievements,” About: http://www.heritage.org/about/our-history/35th-anniversary
[28] Julie E. Miller-Cribbs, et. al., “Thinking About Think Tanks: Strategies for Progressive Social Work,” Journal of Policy Practice (Vol. 9, No. 3-4, 2010), pages 293-294.
[29] Mark Olssen and Michael A. Peters, “Neoliberalism, Higher Education and the Knowledge Economy: From the Free Market to Knowledge Capitalism,” Journal of Education Policy (Vol. 20, No. 3, May 2005), page 331.
[30] Ibid, pages 338-339.
[31] Bronwyn Davies, et. al., “The Rise and Fall of the Neo-liberal University,” European Journal of Education (Vol. 41, No. 2, 2006), pages 311-312.
[32] Ibid, page 312.
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